jueves, 31 de diciembre de 2009

Un placer!!!!

Cuando comencé a tomarme lo de la música con una responsabilidad de dimensiones incalculables, y empecé a tener noción de lo que esto provocaba en mí, no imaginé siquiera hasta donde podía llegar con esta locura. El hecho de que la Orq. Típica de Agistín Gerrero eligiera un tema mío para que sea parte de su repertorio, o que Ana Cangiani, una amiga directora de cine, me convocara para que sea parte de una beca del Fondo Nacional de las Artes (beca que ganamos en este año -2009-), o mismo haber ganado el Precosquín, hizo que todo esto tomara cada vez más sentido y fuerza.
La situación mas reciente de esta historia es cuando por medio del Pata Corbani me contactó Gabriela Nacach, una amiga de el que es Lic. en Antropología que además de su actividad como antropóloga mete sus narices en la murga, y el teatro. Justamente para esto último necesitaba de mi música. Para mí fué un enorme placer que ella pensara en mi obra para acompañar nada menos que su voz diciendo "Guitarra negra" del gran Zitarrosa. Y así fué que hace unos días en el teatro IFT un estilo que me pertenece, El Hornero, fue la música que acompañó los versos del querido oriental y la voz de Gabriela. Un placer.
Entonces le pedí que me hiciera un especie de crónica de lo sucedido, ya que por razones de tiempo no pude estar presente ese día. Acá vá su crónica y alguna fotito.



Rasgueos y rasgos rasgados. En el fin. O el principio.

El trajín del año parecía no tener fin –de hecho, no sé si lo tuvo aún. Ensortijada en cientos de proyectos, busqué para mi incipiente teatro (un año y centavos) un monólogo en trance supremo de exposición. Guitarra negra, de Alfredo Zitarrosa, fue la emoción elegida.
Mi profe, Walter Rosenzwit, me lo dijo desde el principio: “sabés que es un texto jugado y que deberás, para no condicionarte a la eterna declamación, evitar significantes demasiado intensos para la construcción de tu personaje...”
Fue por lo que se fueron del texto tranquilos, pues sabían que no se iban demasiado lejos Marx, Lenin, el Príncipe Kropotkin, el Uruguay Batllista, mis anarcos queridos...Sólo quedó ella, la muerte en virtud tejiendo y destejiendo, en un diálogo entablado sordo y esquizofrénico, para por fin alcanzarme al final del camino.
Un camisón de seda, uñas pintadas de rojo profundo esmalte, rostro que se dejaba ver esta vez y unos pequeños aros de mi bisabuela con imágenes rotas cual camafeos: todo mi ajuar. En el suelo oscuro negro azul, multitud de libros antiquísimos resabios de inundaciones, fotografías de mi padre, con su berreta, su baldomir, de mi madre y su hemiplejia; de mí misma arrastrada al vientre materno...Jóvenes cartas de papel ajado, casi traslúcido –papá a un médico que se había formado en Rusia. Un teléfono viejo, negro oscuro azul como el suelo...
La muerte que iba llevándose mi pasado y yo, escapando y volviendo atraída por no defraudar la espera, de seda vestida viendo, mareada observando a la “mariposa que nace y no aprende nada hasta que muere en cualquier sitio, herida de muerte por su semana justa, por su tiempo preciso, por su sorbito de vida ya bebida”. Y yo, cayendo...
Muestra de fin de año; mostrar lo trabajado lo soñado por preciado, monólogos y obras producto del disenso de lo colectivo. Teatro IFT y un telón prosaico que marcaba la hora de un piano monocorde, que no distrajera la atención de mis manos buscando, desesperadas, “los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión”. Dedos tibios y finos que intentaban llegar antes. Pobres de ellos...
“Algo de Eric Satie” –señaló el que sabe. Debía grabarlo primero elegirlo. No encontré consuelo para mi errante bailar loco y frágil en ese piano: un poco valseado, demasiado salpicado, tanta dureza...Necesitaba incierta una guitarra para mi guitarra.
Un gran compañero de rutas y destinos ancló en mis oídos ávidos y desconocedores unos punteos rasgados rasgos rasgueos de Juan [Martín]. No supe sino seguir sus manos, sus pausas, casi exactas a mi sorda necesidad de respirar en igual sorda conversación. Algo que, al alejarse entraba con más fuerza en mi cuerpo trizas hecho casi hechura de muerte...Al brillo de los camafeos atisbos del gusto sagrado de la “revancha”, compartía el no respeto con un ilustre desconocido que parecía estar en vivo tocando presenciando mi final; tocando mi final.
La cita entre mi cuerpo mi voz quebrada las manos la melodía de Juan, me llevó hacia esa grata frontera en la que creo haber sucumbido. Es cierto, actuando, caí yací inerte entre los libros, en dos tiempos. Pero justo al tiempo en que esa –y no otra- guitarra dejó de sonar.
Quiero creer que cada vez que lo haga, la gruesa voz derruida por el cigarro y el alcohol de Zitarrosa, tronará –aún a pesar de la muerte que ronda inquieta todos los ajuares. Quiero creer que siempre estaré atenta a ese rasgueo punteo rasgo rasgado incomprensible por demás de este ilustre “conocido”.
¡Gracias Juan!
Gabi Nacach

No hay comentarios:

Publicar un comentario